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Mokka, francesa o filtro. Robusta, arábica o torrefacto.

Huele a café. ¿No?

 

Creo en el café. En su aroma capaz de desplazarme a muchos recuerdos y en su sabor capaz de despertarme

en cualquier momento. Y como todo creyente, merecía un templo: Kaffa Café.

 

El café se descubrió por allá en mil cuatrocientos tantos, en la región de Kaffa, Etiopía.

Con sus colores tierra y su calidez hogareña nace un local en el que no solo se degusta café recién molido,

sino también se hacen catas, talleres y venta de café al por menor y al por mayor de los placeres más cafeinómanos.

 

 

Un local inspirado en las montañas de Kaffa y en los almacenes de sacos apilados de grano. De ahí surge uno de los aspectos

más destacables del local: la retroiluminación a través de sacas de café.

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